Zona de humo es una obra de teatro escrita y dirigida por Verónica Mc Loughlin, actuada por Marcelo Bertuccio, Emiliano Pandelo y Gabriel Urbani y asistida por Luciano Percara. Se estrenó el 28 de febrero de 2014 en el Teatro del Pueblo y se realizaron funciones todos los viernes a las 21hs hasta el mes de julio.

sábado, 19 de abril de 2014

Una mirada posible de Zona de Humo por Lita Llagostera

Lita Llagostera es profesora en Letras especializada en investigación teatral. Es investigadora del Instituto de Artes del Espectáculo de Filosofía y Letras. Directora del Grupo de Investigación de Teatro para Niños y Adolescentes INVESTEA en el Instituto de de Artes del Espectáculo. Premio a la Investigación Teatral 2007 otorgado por ATINA.

Zona de humo

Las historias que se muestran en escena en la actualidad, en particular en nuestro medio, conviven con todo tipo de planteos estéticos y narrativos. Oscilan entre planteos realistas, relatos lineales que describen, ya sea en forma de cuento “bien contado” una problemática social, política, psicológica; o con puestas en escena metaforizadas que se visualizan a partir de imágenes creadas por efectos escenográficos, coreográficos , lumínicos con presencias actorales que sugieren sentidos, no siempre unidireccionales. Esto no es excluyente de otros modos de teatralidades en nuestro panorama teatral.

Zona de humo, es una “melange” de ambas tendencias, sugiere, pero hasta ahí nomás…..intenta contar una historia….pero la frena….el humo invade las palabras, las complejiza. Pero insinúa la frustración, el dolor, la asfixia del encierro, la impotencia ante lo inquebrantable de los barrotes, de los que sólo puede evadirse el humo. Todo es bruma, no existen certezas, sólo conjeturas, de algo podemos estar – relativamente – seguros; que la tortura es evidente, que el maltrato está presente y que se puede evadir de ese inexorable “hoy” con nada más ni nada menos que una canción.

La actuación de Marcelo Bertuccio y el joven que lo acompaña temporariamente en el encierro, Emiliano Pandelo, consiguen transmitir al espectador el tedio que los aqueja, los días y las noches repetidas, el sinfín de situaciones reiteradas, siempre iguales; algo rompe la monotonía y “avanza “ hacia lo no dicho, lo callado. La palabra y los silencios cargados de humo, se adensan en el retorcimiento, el dolor, el ahogo del actor – personaje, que se debate peleando por recobrar el aire que se le quitó, la asfixia es angustiante. Esta es la única evidencia: la droga que impuesta al personaje lo convierte en un ser indefenso. Del pasado y del hipotético futuro no nos enteramos, solamente de ese presente del que nadie puede evadirse, ni siquiera el joven, porque su destino es incierto.

El texto es un interrogante en todo su trayecto, el imaginario del público, se activa….dónde, cuándo, cómo esos personajes devinieron en seres encarcelables? Si algo puede definir la historia es la intención de encerrar entre esos barrotes el destrato y la deshumanización de los que tienen el poder; el guardia con sus atropellos, sus ironías, su sarcasmo. El tiempo del relato termina y el sinfín de una historia no contada adensa mucho más el propósito autoral: ver el presente de esos seres con toda la angustia y el futuro sin “futuro”. Cuando no hay relato explícito, como es en este caso, cada espectador deviene en narrador; enhebra las sensaciones que le impactó el espectáculo y lo convierte en su imaginario en nuevos instantes de ficciones o de realidades. El sinfín de la creación personal se pone en marcha.

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