Zona de humo es una obra de teatro escrita y dirigida por Verónica Mc Loughlin, actuada por Marcelo Bertuccio, Emiliano Pandelo y Gabriel Urbani y asistida por Luciano Percara. Se estrenó el 28 de febrero de 2014 en el Teatro del Pueblo y se realizaron funciones todos los viernes a las 21hs hasta el mes de julio.

miércoles, 26 de marzo de 2014

PALABRAS DE UN ESPECTADOR

Cuando el Humo no deja ver
Por Javier H García

"¿En qué lugar se pueden emparentar, casi que necesitar, el humo y "Otra tarde vi llover"? En el teatro, claro. Ese lugar que es mejor que el cine por varios motivos y mejor que la tele por millones de motivos. Donde el plus de la sensación de estar ahí, sentirlo ahí, se hace notar. Más en un texto tan oscuro, denso, casi agobiante como el de "Zona de Humo".
Un hombre, un catre, las celdas y la oscuridad más absoluta. Así empieza esta obra, de poco más de una hora de duración, de Verónica Mc Loughlin, que nos llevará por diversos paisajes de los sentidos, pero sin perder jamás esa sensación de pesadez, casi asfixia. Una celda. Dos hombres, un catre, un colchoncito, un vasito de agua, un inodoro, una planta, una carta, un guardia. Eso y poco más exhibe la obra a la vista.
Es mucho más lo que exhibe a la no-vista. Lo que no está, pero se siente. Lo esencial es invisible a los ojos, decía "El Principito", y en "Zona de Humo" el principio se cumple con una claridad diáfana.
Ojo, uno recién lo entiende cuando termina la obra.

El hombre, el más grande, está en la cárcel hace mucho tiempo. Parece arisco, tosco, acostumbrado a su "querida soledad". El joven es nuevo en la cárcel y llega de improviso. La vida de soledad del "Hombre" se ve interrumpida. Primero reacciona mal, a la defensiva, atesorando esa soledad, después, ese joven que al principio pareció irreverente, luego se torna cómplice y luego se vuelve una llave, una puerta, una clave, un elemento: una esperanza. La esperanza de recordar. De entender. De asimilar, de poder ponerle fecha a los días, horas a los minutos y motivo a su encierro. Y ahí es donde "Zona de Humo" se vuelve oscura.
Entre ese joven que quiere "hacerse amigo" de ese ermitaño; mientras un guardia, altanero, los provoca, marca diferencias entre uno y otro y se mete, con descaro, en la vida de uno de ellos, el que más larga data lleva ahí encerrado. No dejándolo recordar o no queriendo que recuerde, siguiendo una lógica oscura similar a la que se seguía con "Pink", en "The Wall".

Lo importante, sin embargo, no es el encierro, no son los presos, no es la carta, ni es la condena. Son todas cosas que figuran otra prisión. La prisión del alma, de esos recuerdos que preferimos hundir en una "Zona de Humo" para no saber qué son, de dónde son o a quién involucran. Esas famosas trampas del inconsciente. La cárcel es una metáfora perfecta, porque esas cosas que no se quieren recordar, quedan "encerradas" y cuando quieren salir, son silenciadas. A veces se expresan de a retazos, a veces parece que vuelven. Y nos encargamos de subyugarlas, de volverlas a su sitio, de "drogarlas" y adormecerlas porque, en el fondo, no queremos que ese humo se disipe. Y, muchas veces, lo hacemos sin darnos cuenta.

El drama que vive el hombre es que no recuerda. Necesita la ayuda del joven, para descifrar el tarareo insistente e improvisar un bolero, mientras canta a viva voz "La otra tarde vi llover", de Armando Manzareno, invocando vaya a saber uno a quién. Le llega una carta y un paquete de puchos. Esa carta parece contener el "humo disipado", pero el guardia interviene. Disfruta intervenir, así como nuestro inconsciente disfruta cada una de las trampas que nos impone. Y lo aleja de esa carta. Lo aleja de esa puerta.
La otra puerta es ese joven que fuma y pregunta, fuma y pregunta, indaga, lo hace darse cuenta de que sigue vivo, que aunque él quiera transcurrir sus días, un poco por elección y otro poco por imposición, en el encierro, el humo de un cigarrillo y la suerte que alguna vez le traigan la "radiecita", hay algo que lo puso ahí en un primer momento. Y ese algo puede esconder la liberación. No tanto de la cárcel, sino de sus propios fantasmas.
Cuando parece que eso va a suceder, vuelve a intervenir el guardia. A asegurarse de que el humo no se disipe, alejándolo de él. Volviendo a sumirlo en su "querida soledad". Sin saber qué día es, sin saber por qué está ahí, sin entender de qué hablaba la carta o cuánto falta para dejar esa celda. Sólo sabiendo cómo es el tema de Manzareno y que el humo a veces es simplemente, muy difícil de disipar porque, de una manera u otra, nosotros seguimos
asegurándonos que no se disipe. Las primigenias preguntas que uno se hace al terminar la obra se van apagando como la esperanza de ese hombre de recordar.
Y se apagan porque no son importantes, son secundarias, son efímeras, lo realmente importante es entender que, a veces, un poco todos vivimos en una "Zona de Humo" y cada uno se habrá ido pensando, digiriendo qué tanto de cierto hay en eso."

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